Baldosas amarillas en guerra (Dorothy debe morir) by Danielle Paige

Baldosas amarillas en guerra (Dorothy debe morir) by Danielle Paige

autor:Danielle Paige [Paige, Danielle]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantasia
ISBN: 9788416867066
editor: Roca Editorial de Libros
publicado: 2017-02-16T02:00:00+00:00


— A visa a los Malvados —siseó Nox y, en un abrir y cerrar de ojos, me hizo un

placaje y me tiró al suelo para que Glinda no nos viera en el balcón—. Ahora.

No tuvo que decírmelo dos veces. Bajé las escaleras a toda prisa y me topé de

frente con…

—¡Melindra! —exclamé. Estaba igual que la última vez que la había visto: alta, fiera

y lista para la batalla. Alguien le había esquilado el cabello rubio que ocupaba la mitad

humana de su cabeza; la otra mitad, de hojalata, estaba abollada y maltrecha. Tras ella

vi a Annabel, la chica unicornio pelirroja y con una cicatriz púrpura en el centro de la

frente que también había entrenado conmigo. En aquel salón había varias personas

que, a primera vista, no reconocí, pero todas tenían la misma postura de guerrero

precavido. Glamora estaba dándole un masaje a Gert en la espalda; Gert parecía

agotada. Seguramente había tenido que utilizar su poder para invocar a todos los

Malvados.

—Amy, ¿qué ocurre? —preguntó Gert cuando me vio entrar a toda prisa.

—¡Está pasando! —grité, casi sin aliento—. ¡Al piso de arriba, ahora!

Di media vuelta y salí escopeteada de aquel salón. Ni siquiera me molesté en

comprobar si alguien me seguía.

Glinda había venido bien preparada: en lugar de elegir uno de sus habituales vestidos

pomposos y con varias capas de volantes, se había enfundado un mono de color rosa

chicle muy, muy ajustado. Parecía estar hecho de cuero rosa y adornado con

diminutas lentejuelas rosas. Se había recogido su melena dorada en un moño muy

tirante y llevaba un bastón gigantesco —y obviamente de color rosa— en una mano.

—Oh, cielos —dijo Gert al ver a Glinda y a la inmensa legión que la acompañaba.

Todas las soldados llevaban una armadura plateada tan pulida que emitía un brillo casi

cegador. Además, cargaban unas lanzas con una punta de plata tan reluciente que

parecía estar recubierta de diamantes. Aquella imagen me recordó al Hombre de

Hojalata.

—¿Cómo ha conseguido un ejército? —pregunté.

—Siempre ha tenido un ejército —respondió Mombi—. Es solo que no lo utiliza

muy a menudo.

—¿A qué te refieres?

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—El general Jinjur invadió Ciudad Esmeralda y depuso al Espantapájaros antes de

que Dorothy regresara a Oz —explicó Melindra—. ¿Es que no te lo enseñaron?

—Me salté la clase de historia porque estaba librando una guerra.

Melindra puso los ojos en blanco. No sabía qué problema tenía conmigo, pero era

evidente que aún no lo había superado. Genial.

—Después, Glinda convocó a su ejército y sacó a Jinjur del palacio —explicó

Mombi—. Juntos, Glinda y el Espantapájaros pusieron a Ozma en el trono.

—Espera un segundo; pensaba que Ozma era quien había desterrado a Glinda —

dije, confundida.

Gert asintió.

—Y así fue. Glinda creyó que podría controlar a Ozma y así gobernar el reino a sus

anchas. Pretendía convertirla en su marioneta. Pero Ozma tiene, o tenía, voluntad

propia. Glinda trató de destituirla. Pero Ozma la desterró. Y cuando Dorothy regresó a

Oz, Glinda fue liberada.

—Dorothy no está con ella —apuntó Gert después de echar un vistazo al campo de

batalla, donde las tropas de Glinda habían empezado a formar.

—Si pretende enfrentarse a nosotros sin Dorothy… Va a por todas —opinó

Melindra—. Jamás se ha atrevido a contradecir los deseos de Dorothy.



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